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El fin de la era influencer: por qué la moda busca nuevas voces.

Cómo la saturación de contenido, la desconfianza y el auge de las microcomunidades están transformando la forma en que nos inspiramos y nos vestimos.


Hace apenas cinco años, un post de tu influencer favorita podía agotar una prenda en cuestión de horas. Bastaba una foto bien producida, un filtro cálido y un link de compra para que esa campera, esos zapatos o ese vestido desaparecieran de los estantes —físicos y virtuales— como por arte de magia.


Hoy, esa misma publicación podría recibir comentarios que cuestionan el precio, la calidad o la ética de la marca. “¿Cuánto te pagaron por decir esto?”, “Eso en la vida real no se ve así”, “Otra publi disfrazada”. La conversación cambió. Y con ella, el lugar que ocupaban los influencers en la moda.


La era del ponete esto porque yo lo digo está llegando a su fin. No porque las redes sociales hayan dejado de dictar tendencias, sino porque el público está cada vez más atento, más crítico y más cansado de consumir bajo órdenes ajenas. Buscamos otra cosa: inspiración auténtica, voces que compartan sin imponer, y una relación con la moda que se parezca más a un espejo que a una vidriera.


En este artículo vamos a explorar cómo llegamos a este punto, qué está reemplazando al influencer tradicional y qué significa este cambio para el futuro de la moda consciente.


Backstage at Fendi, Fall/Winter 2025/2026.
Backstage at Fendi, Fall/Winter 2025/2026.


De musa aspiracional a vendedora encubierta


Cuando las primeras blogueras de moda empezaron a compartir sus looks a principios de la década del 2010, lo hicieron desde la espontaneidad. No había códigos de vestimenta digitales, ni calendarios editoriales, ni contratos millonarios detrás. Eran chicas (y algunos chicos) mostrando su estilo personal y generando una conexión genuina con una audiencia que buscaba algo más cercano que las producciones de revista.


Con el tiempo, las marcas vieron el potencial comercial y la figura del influencer se profesionalizó. Llegaron los envíos de productos, los viajes patrocinados y las colaboraciones exclusivas. La moda aspiracional encontró un nuevo canal: en lugar de depender solo de celebridades inalcanzables, podía valerse de rostros “reales” para llegar a públicos específicos.


El problema fue que, en esa transición, muchas voces perdieron la autenticidad que las había hecho relevantes. Los feedsse llenaron de contenido patrocinado, muchas veces sin la transparencia que las audiencias merecen. La línea entre recomendación genuina y venta encubierta se desdibujó.


Según un informe de Business of Fashion (2023), el 42% de los consumidores afirma confiar menos en influencers que hace tres años, principalmente por la saturación de publicaciones promocionales y la falta de autenticidad percibida. En paralelo, el engagement promedio de los grandes creadores de moda cayó un 17% en el último año, según datos de HypeAuditor.


En otras palabras, la musa que inspiraba se transformó en una vendedora constante, y eso cambió la dinámica: la audiencia dejó de mirar con admiración y empezó a mirar con lupa.



Saturación, desconfianza y el “scroll” sin emoción


En 2020, la moda digital alcanzó un punto de euforia: hauls semanales, unboxings en vivo, reseñas relámpago y looks para cada ocasión real o inventada. El algoritmo premiaba la cantidad, no necesariamente la calidad, y eso creó un ecosistema donde el contenido se volvió predecible.


Hoy, esa fórmula ya no sorprende. El feed se siente como un déjà vu constante: las mismas tendencias replicadas en decenas de cuentas, las mismas fotos con los mismos filtros, las mismas frases motivacionales adjuntas a un enlace de compra.


Este fenómeno tiene nombre: fatiga digital. Según la psicóloga Sherry Turkle, autora de Reclaiming Conversation, la sobreexposición a estímulos visuales repetitivos disminuye nuestra capacidad de atención y genera un desapego emocional. Traducido a la moda: podemos ver un look impecable… y deslizarlo sin recordar ni un detalle.


A eso se suma un cambio cultural clave: el público ya no se conforma con que algo “se vea lindo”. Pregunta de dónde viene, quién lo hizo, cuánto durará y si realmente vale el precio que pide. Y cuando esas respuestas no aparecen o resultan incómodas, se instala la desconfianza.


Un estudio de Statista (2024) reveló que el 54% de las consumidoras de entre 18 y 35 años dejaron de seguir a uno o más influencers en el último año por considerar que su contenido era “excesivamente publicitario” o “irrelevante para su vida real”. La saturación no solo genera aburrimiento: erosiona la credibilidad.


En este contexto, el acto de “seguir” a alguien en redes ya no es un voto ciego de confianza, sino un contrato que la audiencia revisa constantemente. Y si ese contrato se rompe, el unfollow está a un solo clic.



El auge de las microcomunidades y la inspiración horizontal


Mientras las grandes figuras pierden brillo, un fenómeno silencioso crece: el de las microcomunidades. No son celebrities ni tienen millones de seguidores, pero sí construyen algo más valioso: confianza.


Las microinfluencers —o incluso creadoras que ni se autodefinen como tales— suelen compartir desde un nicho concreto: moda circular, restauración de prendas vintage, restyling de lo que ya tenés, o estilos personales que no buscan complacer al algoritmo. Su contenido no apunta a la masividad, sino a una audiencia pequeña pero muy involucrada.


Según datos de Hubspot Trends (2024), los microinfluencers con menos de 50.000 seguidores tienen un engagement rate promedio del 6,3%, casi tres veces más alto que los grandes creadores. La clave está en que su relación con la audiencia es horizontal: hablan con sus seguidoras, no a ellas.


Además, surgen espacios de inspiración fuera del radar de las grandes marcas:

  • Foros y comunidades online donde se comparten outfits sin fines comerciales.

  • Newsletters personales que funcionan como diarios de estilo y reflexión.

  • Grupos de intercambio y trueque en redes sociales, que reemplazan la lógica de “comprar lo nuevo” por “reinventar lo que existe”.


Este cambio no solo redistribuye la influencia, también redefine el poder. La inspiración ya no baja desde una figura intocable: circula entre pares, se retroalimenta y se adapta a realidades diversas. Y, en ese ida y vuelta, la moda empieza a recuperar algo que había perdido: autenticidad.


Backstage at Fendi, Fall/Winter 2025/2026.
Backstage at Fendi, Fall/Winter 2025/2026.


Moda con propósito: de consumidores pasivos a protagonistas


Durante años, la moda nos entrenó para mirar hacia afuera: ver qué llevaban las celebridades, qué estaba “in” según las revistas, qué recomendaban las influencers. El papel de la consumidora era pasivo: elegir entre opciones ya curadas por otros y, en muchos casos, diseñadas para vender más que para servirnos.


Pero la transición que vivimos hoy abre un espacio distinto: el de convertirnos en protagonistas de nuestra propia narrativa estética. Vestirse ya no es un acto de imitación, sino de autodefinición. No se trata de copiar un tablero de Pinterest, sino de preguntarnos: ¿quién quiero ser hoy y cómo puedo expresarlo con lo que tengo?


Este enfoque, que en Una Moda con Propósito defendemos desde el día uno, devuelve a la ropa su dimensión más íntima: la de ser herramienta para habitarnos, no disfraz para encajar. Significa dejar de correr detrás de microtendencias para empezar a construir un guardarropa que hable de nosotras, no de la agenda de marketing de una marca.


La investigadora Elizabeth Currid-Halkett, en The Sum of Small Things, sostiene que el nuevo lujo no está en mostrar logos visibles, sino en invertir en elecciones conscientes que reflejen valores y estilo de vida. Y eso aplica tanto a un vestido heredado como a una prenda hecha por una diseñadora local: lo importante es el significado, no el precio ni la “viralidad”.


En este paradigma, la inspiración sigue siendo importante, pero deja de ser un mandato externo para convertirse en un recurso interno. No buscamos que alguien nos diga qué ponernos: buscamos pistas, ideas y perspectivas que nos ayuden a reconocernos en el espejo… y que nos recuerden que nuestra voz estética vale tanto como cualquier otra.



El futuro de la inspiración en moda


La caída del influencer tradicional no significa el fin de la inspiración en moda, sino una mutación. Lo que antes se concentraba en unas pocas figuras ahora se dispersa en miles de voces más pequeñas, diversas y auténticas.


Las marcas que quieran sobrevivir a esta transición tendrán que entender que ya no basta con contratar a la “cara del momento”: deberán construir vínculos reales con comunidades específicas, trabajar con transparencia y ofrecer valor más allá de la tendencia efímera.


Las plataformas también están cambiando el juego. Redes como BeReal o incluso el lado menos producido de TikTok muestran que la audiencia busca cercanía y espontaneidad. El contenido perfecto pero vacío ya no enamora; lo imperfecto pero honesto, sí.


Y, más allá de la tecnología, hay algo que no cambia: la necesidad humana de expresarnos a través de la ropa. Lo que está mutando es quién y cómo nos inspira. El futuro parece apuntar hacia una inspiración colaborativa, más horizontal, más lenta, y mucho más conectada con la vida real.



¿Es el fin de la era influencer para la moda consciente?


Quizá el verdadero final de la era influencer no sea la desaparición de estas figuras, sino la transformación de nuestro rol como audiencia. Ya no queremos seguir ciegamente; queremos conversar, cuestionar, co-crear.


La próxima vez que busques inspiración para vestirte, no te preguntes solo “¿qué se usa?”. Preguntate:


  • ¿Esto me representa?

  • ¿Esto cuenta algo de mí?

  • ¿Esto suma a la historia que quiero narrar?


Porque una moda con propósito no se trata de seguir tendencias: se trata de crear un estilo que puedas habitar.

Y ese poder, por más que te lo intenten vender, siempre estuvo y estará en tus manos.

 


Bibliografía / Fuentes citadas:

  • Business of Fashion (2023). Informe sobre el impacto de la saturación de influencers en la moda.

  • HypeAuditor (2023). Engagement promedio de grandes creadores de moda.

  • Sherry Turkle (2015). Reclaiming Conversation: The Power of Talk in a Digital Age. Penguin Books.

  • Statista (2024). Consumer Trust in Influencers.

  • Elizabeth Currid-Halkett (2017). The Sum of Small Things: A Theory of the Aspirational Class. Princeton University Press.

Imágenes:

  • Adam Katz Sinding

 


 
 
 

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