La Argentina está de moda (y no solo por la ropa).
- Aniela Remorini

- 8 oct
- 4 Min. de lectura
Del orgullo histórico a la moda cotidiana: cómo la escarapela, el escudo y otros símbolos nacionales se reinventan en el vestir diario.
En los últimos años, lo argentino dejó de ser un sello nostálgico o exclusivo de los días patrios: hoy es estética, discurso, estilo de vida. La argentinidad se viste, se lleva en accesorios, se produce localmente, se cuida y se reivindica. Ya no solo se busca lo extranjero; también se celebra lo propio.
Lo local dejó de ser una limitación para convertirse en un diferencial. Lo imperfecto, lo artesanal, lo honesto: eso que antes generaba pudor hoy es justamente lo que nos hace únicos. En un mundo saturado de lo homogéneo, los márgenes, lo marginal, lo auténtico, comienzan a ser deseables.
Esta tendencia no surge por azar: combina historia, deseo de pertenencia, conciencia estética, crisis económicas, culturas locales, marcas independientes emergentes y tensión con el mercado global. En esta nota exploramos ese fenómeno: cómo, por qué, con qué actores, con qué resistencias y hacia dónde podría dirigirse.
Antecedentes históricos y simbólicos
Para comprender cómo lo identitario se convierte hoy en moda, conviene mirar el pasado. Símbolos patrios como la escarapela poseen una historia institucional sólida. Fue propuesta por Manuel Belgrano en 1812 para distinguir al ejército revolucionario y adoptada por el Primer Triunvirato.
La moda argentina, según documenta el Museo Nacional de la Historia del Traje, ha sido moldeada por inmigraciones, influencias europeas, domesticaciones regionales, diferencias de clase y clima. Por su parte, diseñadoras pioneras como Mary Tapia, en los años 60 y 70, intervenían textiles autóctonos, bordados y telares, mezclando lo folclórico con lo urbano, lo artesanal con lo conceptual.
Estos antecedentes demuestran que la idea de identidad visual, de símbolo local o regional, no es nueva. Lo que sí cambió es la manera en que se vive, se consume y se produce hoy.

Significados simbólicos, culturales y sociales
Más allá de lo económico, elegir vestirse con un símbolo argentino —ya sea escarapela, mapa, flor de provincia o escudo— tiene implicancias profundas.
Vivimos en tiempos líquidos: comunidades dispersas, migraciones internas y externas, redes sociales que homogenizan. En ese contexto, lo local se vuelve un ancla inevitable. Existe también un marcado deseo de autenticidad: muchas personas rechazan la moda global vacía y repetitiva; buscan algo que los represente, que tenga historia y significado.
Al mismo tiempo, los símbolos nacionales adquieren una estética con memoria: rescatar iconos patrios y regionales permite trasladar la historia visual al presente. Lo patriótico deja de ser exclusivamente una celebración de fechas cívicas y se integra a la vida cotidiana. Por último, lo argentino-modeado funciona también políticamente: evoca pertenencia, orgullo y resistencia, aunque puede ser un instrumento de polarización, dependiendo de quién determine qué símbolo es “verdadero” y qué versión es aceptable.
¿Por qué ahora? Lo que impulsa el chic patriótico
El auge de lo identitario en la moda responde a varios factores. En primer lugar, la necesidad de arraigo: en tiempos de crisis económica, percepciones de incertidumbre, inflación y cuarentenas recientes, surge un fuerte deseo de reconocerse y de saber de dónde se viene.
Además, la cultura de la autenticidad ha ganado protagonismo. Hoy se valora más lo local, lo producido cerca, lo que tiene historia. Lo importado ya no es automáticamente mejor; lo identitario suma valor.
Los símbolos patrios también se reinterpretan estéticamente. La escarapela bordada, las cintas, los materiales artesanales y la combinación con prendas urbanas la modernizan, convirtiéndola en un objeto de deseo cotidiano y no solo ceremonial. Eventos globales y deportivos, como Mundiales o competencias internacionales, funcionan como catalizadores: las camisetas patrias se vuelven statements y contagian a otros símbolos nacionales.
Por último, existe una faceta comercial consciente. Las marcas detectan que el orgullo patrio tiene valor de mercado, pero también hay quienes lo viven desde lo personal y artístico. Esa tensión entre mercado y expresión individual es parte de su encanto.

Revalorización de los símbolos
Hoy el celeste y blanco reaparece reinterpretado, las camisetas de fútbol se usan con orgullo como statement fashion, el fileteado porteño se reversiona en prints digitales y el tango —ese eterno cliché— vuelve desde un lugar más contemporáneo y conceptual.
En un mundo globalizado, lo argentino ofrece lo contrario: una historia, una textura, una contradicción. Somos un país donde lo precario convive con lo sofisticado; donde la melancolía se mezcla con el humor; donde el drama y la ironía son parte del mismo outfit. Esa combinación, que antes nos hacía sentir “fuera de lugar”, hoy se percibe como profundamente interesante.
No es casual que los creativos argentinos estén destacando en todas partes: desde Demna Gvasalia (Balenciaga), inspirándose en la cultura del margen, hasta producciones internacionales que eligen Buenos Aires por su estética única, pasando por la presencia de talentos locales en editoriales, cine, arte y diseño. Argentina no solo exporta ideas: exporta mirada.
El poder de lo propio
Quizás ahí esté la clave. La Argentina está de moda porque representa lo que el mundo necesita: autenticidad, resiliencia, creatividad en la crisis y un estilo que no busca agradar, sino expresar.
La moda argentina identitaria no es un capítulo aislado: forma parte de una conversación más amplia sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir. Vestir lo propio puede ser un acto estético, un gesto político o una forma de resistencia. Un accesorio, una prenda o una escarapela ya no solo “se lleva”: también habla, cuenta historias y comunica identidad.



Comentarios