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La paradoja de la moda inclusiva: campañas diversas, talles invisibles.

Entre cuerpos representados y cuerpos ignorados, una reflexión sobre cómo la industria de la moda transforma la inclusión en estética, pero no en política.


Soy más alta que el promedio de mujer argentina: mido 1,77.


Durante mucho tiempo, eso fue un problema.


Era la más alta del aula, del grupo, de la foto.


Tenía que agacharme para abrazar, para entrar en plano, para parecer “menos”.


Me encantaba la ropa, pero los pantalones me quedaban cortos, los vestidos incómodos, las mangas como tres cuartos involuntarias.


Y aunque lo que fallaba era el sistema, la que terminaba sintiéndose fuera de lugar era yo.


No había representación.


No había talles.


No había un lugar para mí.


Años más tarde, con una industria hablando de “diversidad”, veo en redes a chicas altísimas desfilando para marcas que todavía no fabrican un pantalón largo.


Veo cuerpos “reales” en campañas, pero no en los probadores.


Y me doy cuenta de algo: la inclusión se volvió una estética aspiracional, pero no una práctica concreta. Nos muestran una diversidad bellísima para vendernos una idea de progreso, mientras la experiencia cotidiana de comprar ropa sigue siendo frustrante, limitada, excluyente.


Nos invitan a identificarnos con lo que vemos, pero no nos ofrecen lo que necesitamos.


Y por más que hayan pasado años —por más que hoy hablemos de diversidad, de amor propio, de cuerpos reales— esa sensación persiste en muchas mujeres. Porque algo no cierra. Porque mientras las campañas se llenan de cuerpos diversos, las góndolas siguen siendo monocromáticas. Porque la moda promete inclusión, pero en la práctica sigue siendo selectiva. Dice “todas”, pero trabaja para algunas.


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Representación ≠ Inclusión.


En la última década, vimos un auge de campañas con modelos curvy, personas racializadas, con discapacidades, mayores de 50. Las marcas aprendieron que la inclusión es rentable. Que el feminismo vende. Que el discurso de la diversidad genera engagement.


Pero como advierte la académica Sara Ahmed en La política cultural de las emociones:


“La inclusión, cuando se reduce a un gesto simbólico, funciona más como una forma de gestionar la diversidad que de transformarla.”

— Ahmed, S. (2004)


Dicho de otro modo: te muestro en la vidriera, pero no te hago lugar en la mesa.


En este caso, en la percha.


El problema no es solo la falta de talles. Es el sistema entero que sigue pensando la moda desde un cuerpo tipo.

El talle L de una marca no es igual al de otra. Las tablas de medidas cambian según el país. El maniquí sigue siendo una talla 36.


La diversidad visual existe, pero la infraestructura que la sostenga, no.


El origen de la exclusión: cuando la moda se volvió industria.


La estandarización de talles tiene una historia concreta. A mediados del siglo XX, con la expansión del prêt-à-porter, se abandonó la costura a medida para adoptar patrones industriales. ¿El problema? Esos patrones se diseñaron en base a cuerpos muy específicos: jóvenes, delgados, blancos, sin discapacidades ni curvas pronunciadas.


Como explica la historiadora de la moda Valerie Steele:


“El ideal corporal de la moda moderna es una construcción cultural que excluye por definición a la mayoría.”

— Steele, V. (2001). The Corset: A Cultural History


Ese ideal sigue operando, aunque con otros disfraces. Hoy no es el corset, es el talle único. O el XL que en realidad calza como un M. O la promesa de “inclusión” que se rompe en el primer probador.


Y lo más cruel es que el mensaje no dice “esto no es para vos”, sino “tu cuerpo está mal”.


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La ilusión de elegir.


Muchas veces se habla de la moda como un espacio de libertad: elegí tu estilo, expresá quién sos, jugá con tu imagen. Pero esa libertad no es igual para todas.


Como señala Naomi Wolf en El mito de la belleza:


“Cuanto más poder adquieren las mujeres en otros ámbitos, más se intensifica la presión sobre su apariencia física como forma de control.”

— Wolf, N. (1990)


Lo mismo podríamos decir de la moda: cuanto más diversa parece, más sofisticados se vuelven sus mecanismos de exclusión. Porque no se trata solo de acceso. Se trata de legitimidad.


No es casual que muchas mujeres compren prendas que no les quedan cómodas “por si bajan de peso”. O que se castiguen por no encajar en un talle estándar. O que piensen que ellas fallan, en lugar de pensar que el sistema las deja afuera.


El marketing emocional lo sabe. Y lo usa.



Inclusión performativa: cuando el discurso no alcanza.


En El imperio de lo efímero, Gilles Lipovetsky advierte:


“La moda es el triunfo de la apariencia sobre la esencia, de lo efímero sobre lo duradero, de la seducción sobre la función.”

— Lipovetsky, G. (1987)


Y eso es exactamente lo que ocurre con muchas campañas de moda “inclusiva”: seducen, emocionan, pero no transforman.


Porque incluir no es solo mostrar.


Es modificar estructuras.


Cambiar moldes. Capacitar equipos. Escuchar a las clientas. Ampliar la mirada más allá del feed de Instagram.

Y eso, todavía, son pocas las marcas que están dispuestas a hacer.


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Moda con propósito: vestirnos sin pedir permiso.


Desde este espacio, no buscamos decirte qué usar para verte mejor.


Buscamos ayudarte a pensar por qué te cuesta encontrarte en el espejo.


Qué discursos llevás puestos sin darte cuenta. Qué miedos aparecen cuando algo no cierra. Qué mandatos siguen vivos en el perchero.


Porque vestirnos puede ser muchas cosas: goce, rutina, necesidad. Pero también puede ser un acto de autonomía. Una forma de decir “estoy acá, incluso cuando me dijeron que no había lugar para mí.”

No se trata de renunciar al deseo estético, sino de dejar de sufrirlo.


De exigir que las marcas que dicen “todas” empiecen por ampliar sus talles antes que sus hashtags.


De entender que la verdadera inclusión empieza cuando dejamos de disfrazarla.


Bibliografía / Fuentes citadas:

  • Ahmed, Sara (2004). The Cultural Politics of Emotion. Routledge.

  • Steele, Valerie (2001). The Corset: A Cultural History. Yale University Press.

  • Wolf, Naomi (1990). The Beauty Myth: How Images of Beauty Are Used Against Women. HarperCollins.

  • Lipovetsky, Gilles (1987). El imperio de lo efímero. Editorial Anagrama.

Imágenes:

  • Adam Katz Sinding




 
 
 

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