Vestirse para una misma: el acto íntimo que transforma tu relación con la ropa.
- Aniela Remorini

- 23 jul
- 5 Min. de lectura
Vestirse para una misma parece un gesto simple, pero implica cuestionar años de condicionamiento, culpa y complacencia. ¿Quién decide cómo deberías verte?
Hay algo profundamente subversivo en vestirse para una misma.
No para gustar. No para encajar. No para salir.
Sino para sentirse.
Emma Chamberlain lo dice sin vueltas en uno de sus videos:
“Hoy no voy a ver a nadie, pero me vestí como si tuviera
una reunión importante. Lo hice por mí.”
Emma Chamberlain, YouTube, 2025
Y esa frase, tan simple, tan banal, resuena como un eco en el fondo de muchas mujeres que crecimos creyendo que la ropa era algo que se usa para ser vista, no algo que se elige para ser vivida.

El cuerpo como hogar (aunque nadie lo vea).
En “The Second Sex”, Simone de Beauvoir decía que la mujer no nace, sino que se convierte. Y gran parte de esa conversión se da en el espejo.
El filósofo Maurice Merleau-Ponty, desde la fenomenología, hablaba del cuerpo como el “vehículo del estar-en-el-mundo”. La ropa, entonces, no es solo una capa encima de ese vehículo: es una forma de habitarlo. De enunciarlo. De legitimarlo.
“Nos vestimos para convertirnos en quien queremos ser.” Alison Lurie, “The Language of Clothes”, 1981
Pero, ¿qué pasa cuando no hay testigos?
¿Qué pasa cuando el único público sos vos?
Nadie me ve, pero yo sí.
Hay un fenómeno curioso —y tristemente común— entre muchas mujeres: cuando nadie las mira, sienten que no vale la pena vestirse “bien”.
No lo digo desde un lugar de observación externa ni como “lo que me cuentan mis clientas” (porque eso suena a distancia y a cliché), sino desde la experiencia vivida, propia y compartida. Esa sensación de que si no hay evento, si no hay oficina, si no hay mirada externa, entonces no hace falta ponerse “nada especial”. Como si tu reflejo no contara.
¿Desde cuándo necesitamos una excusa para vestirnos como queremos?
¿Por qué se nos hace más natural ponernos lindas para alguien más, que para nosotras mismas?
Hay algo que Charles Cooley desarrolló a principios del siglo XX y que resuena fuerte con esto: el concepto del “yo espejo” (looking-glass self). Según él, gran parte de nuestra identidad se construye a partir de cómo creemos que nos ven los demás. Es decir, nos armamos una imagen propia basada en la mirada externa.
Y si no hay nadie más…
¿Quién te devuelve la imagen?
La psicóloga y escritora Vivian Diller escribió algo parecido en su libro Face It, donde explora cómo las mujeres moldean su autopercepción:
“Aprendemos a vernos a través de los ojos de los demás
antes de tener la oportunidad de desarrollar una mirada interna propia.”
Y sin embargo, hay algo profundamente transformador en elegir vestirte para vos. Aunque nadie te vea. Aunque no vayas a subirlo a Instagram. Aunque no cruces a nadie en la calle.
Vestirte para vos puede ser una forma de volver a ser protagonista de tu historia visual.
De sacarte el traje de espectadora.
De dejar de maquillarte para los demás y empezar a mirarte para vos.

Vestirte como acto de autorreconocimiento.
En la era del home office, del delivery, de las reuniones que podrías tener en pijama sin que nadie se entere, muchas veces confundimos comodidad con desconexión.
Y ojo, no hay nada de malo en estar cómoda. El problema aparece cuando, en nombre de esa comodidad, empezás a desdibujarte. Cuando te volvés invisible incluso para vos misma.
Vestirse no es solo una cuestión estética o funcional.
Es también un ritual. Una forma de decir: “estoy acá”, incluso cuando nadie más me ve.
Un gesto simbólico —a veces casi silencioso— de reconexión con tu presencia.
Es pararte frente al espejo y preguntarte:
¿Qué necesito hoy? ¿Qué quiero sentir? ¿Cómo quiero habitarme?
No se trata de preguntarse solamente “qué me queda bien”, sino más bien: “qué me expresa, qué me sostiene, qué me acompaña a ser.”
Desde la psicología cognitiva, el fenómeno conocido como enclothed cognition (Adam & Galinsky, 2012) reveló algo fascinante: la ropa no solo impacta cómo nos perciben los demás, sino también cómo nos percibimos a nosotras mismas. La forma en que nos vestimos puede modificar variables como el foco atencional, la autoestima, la percepción del tiempo o incluso el rendimiento en tareas cognitivas.
La ropa, entonces, no es solo un “afuera”.
Es una herramienta de agencia personal.
Una extensión de tu subjetividad.
Un lenguaje con el que podés recordarte quién sos, incluso en los días en los que te cuesta reconocerte.
La antropóloga Joanne Entwistle también lo sugiere en su obra The Fashioned Body:
“El vestir cotidiano no es una simple rutina, sino una práctica íntimamente ligada
a cómo experimentamos el cuerpo, el yo y el mundo social.”
Vestirse para vos es, en ese sentido, una práctica de autorreconocimiento.
Una forma de decirte que sí importás. Que tu propia mirada vale.
Y que no necesitás espectadores para sentirte viva.
Lo privado también importa.
La ropa que usás para quedarte en casa, cuando nadie te ve, no es menos importante.
Es, de hecho, probablemente la más sincera. La que elige tu versión más íntima.
Y si esa versión está siempre desganada, tapada, olvidada… ¿qué mensaje te estás dando?
Virginia Woolf hablaba de la importancia de tener “una habitación propia”.
Yo creo que también necesitamos un outfit propio —uno que no responda a códigos externos, sino a lo que queremos sostener internamente.
Vestirte para vos es eso: una práctica diaria de intimidad contigo misma.
Una forma de habitar tu cuerpo con presencia. De no desaparecer en el cotidiano.

Una invitación (o un experimento).
Mañana, aunque no salgas de tu casa, hacé esto:
Abrí tu placard.
Elegí algo que te guste. Algo que tenga intención.
No lo pienses tanto.
Vestite. Maquillate, si tenés ganas. Peinate para vos.
Mirate al espejo.
Y preguntate: ¿Cómo me siento en mí, cuando me elijo sin excusas?
Esto no es sobre moda. Es sobre vos.
Si sentís que te cuesta habitarte con intención,
si ya no recordás la última vez que te vestiste para vos,
si tu placard te representa tan poco como ese jogging estirado que te ponés todos los días…
Quizás es hora de revisar más profundamente qué lugar ocupás en tu propia vida.
La Consultoría está pensada para eso:
para acompañarte a transformar tu relación con la ropa —pero, sobre todo, con vos misma.
Y si preferís empezar en soledad, El Dossier es una guía introspectiva para hacer este proceso desde casa.
Bibliografía / Fuentes citadas:
Adam, H., & Galinsky, A. D. (2012). Enclothed cognition. Journal of Experimental Social Psychology, 48(4), 918–925.
Cooley, C. H. (1902). Human Nature and the Social Order. New York: Scribner’s.
Entwistle, J. (2000). The Fashioned Body: Fashion, Dress and Modern Social Theory. Polity Press.
Davis, F. (1992). Fashion, Culture, and Identity. University of Chicago Press.
Imágenes:
Archivo: "Sex and the City" & "And just like that".




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